[En este caso, una reseña breve.]
Este 2021 fue un año de grandes sucesos sociales y culturales. En pos de la brevedad no listaré ninguno, pero si me aseguraré de ubicar a este, uno solo, en la columna que corresponde: el debut solista de Tony Kaye (mejor conocido como «el primer tecladista de Yes«), luego de 20 años de trabajo e inspirado en los sucesos del 11 de septiembre del 2001, End of Innocence, debería estar en la columna de «lo peor».
Si bien es un disco cargado de la búsqueda de un sentimiento y emotividad profunda, y la razón por la cual Kaye salió del retiro de la música (luego de dejar Yes en 1996), es un álbum que no parece haber sido trabajado durante 20 años a pesar de que ese es el tiempo que, según el músico, le llevó perfeccionarlo.
Es verdad que hay cierta exploración intencional dentro de lo sensorial, lo evocativo, una suerte de deformación más oscura del dream pop de fines de los años 80 y principios de los 90, pero en pos de esa búsqueda la música resultante parece grabada por un alumno relativamente inexperto que está haciendo sus primeras herramientas en el control del instrumento y, con unos pocos pesos, logró comprar un teclado barato de cinco octavas y se puso a explorar sus limitados y paupérrimos bancos de sonido. Algo así como Ross en Friends pero con el aliciente de que lo firma uno de los fundadores de la mejor banda prog de la historia.
La nostalgia no evita que lo escuchemos y sigamos dándole la oportunidad de mostrarnos lo (o algo) bueno. Pero no hay forma de que las notas erradas, las progresiones simplistas, las sonoridades vacías y baratas, las citas musicales banales y la simplificación absoluta del ambiente emocional nos lleve a creer que, quizás, haya algo mejor en End of Innocence que no sea la tapa hecha por Roger Dean.