El artista
Vladimir «Vlatko» Stefanovski es un guitarrista macedonio de ethno-rock y jazz fusión, nacido en Prilep, al norte de Macedonia, en 1957. Comenzó a tocar la guitarra a los 13 años y pasó por una serie de bandas de juventud hasta fundar en 1975 Leb i sol (saludo tradicional que significa literalmente «pan y sal»), banda de rock de músicos yugoslavos y macedonios con la que publicaría su primer disco, Leb i Sol (1977), a sus 19 años de edad.
El primer simple del álbum, Devetka/Nie Cetvoricata («Nueve/No cuatro»), dio el puntapié inicial para mostrar las habilidades de Vlatko en el instrumento. Durante la gira de presentación Leb i Sol fueron teloneros de la banda más popular de Yugoslavia, Bijelo Dugme, donde se ubicaron como favoritos del público.
Tanto Leb i Sol como Leb i Sol 2 (1978) fueron dominados por un género musical del cual se le atribuyó su creación a Stefanovski: el ethno-rock, una fusión entre rock clásico con elementos del folclore macedonio. Sin embargo para el tercer álbum, Ručni Rad («Hecho a mano», 1979), la banda abandonó este estilo para adentrarse en la fusión entre el jazz y el rock.
En 1980, tras la partida de Kokan Dimuševski, tecladista de la banda, Leb i Sol comienza a explorar un sonido más cercano al new wave, en línea con otras agrupaciones populares de Yugoslavia como Azra y Haustor. Así, publicaron cinco discos en estudio y uno en vivo: Beskonačno («Infinito», 1981), Sledovanje («Siguiente», 1982), Akustična trauma («Trauma acústico», en vivo, 1982), Kalabalak (1983), Tangenta («Tangente», 1984) y Zvučni zid («Pared de sonido», 1987).
Para fines de la década de 1980 Stefanovski tomó el control creativo de la banda y la llevó lentamente hacia una línea de pop-rock donde gran parte de los temas de sus dos discos en estudio siguientes incluyeron canto (a diferencia de todas las composiciones anteriores de Leb i Sol que eran instrumentales). Antes de que Stefanovski abandonara la banda, publicaron dos discos en estudio, los últimos dos de la banda: Kao kakao («Como el cacao», 1987) y Putujemo («Viajando», 1989).
Durante este período final de Leb i Sol el músico comenzó a trabajar en algunos proyectos paralelos, incluyendo la composición de bandas sonoras para películas y música incidental de teatro y ballet, colaboraciones con otros músicos (el disco Zodiac con Bodan Arsovski, 1990) y la grabación y publicación de su primer disco solista, Cowboys & Indians (1994), que fue recibido con críticas moderadas.
Sus dos discos solista siguientes siguieron la línea de Cowboys & Indians, publicándose en 1996 (Sarajevo) y 1997 (Gypsy Magic). Desde 1998 Stefanovski ha creado, trabajado y colaborado con mayor libertad. Ha realizado giras junto al guitarrista Miroslav Tadić interpretando música folclórica macedonia en guitarras acústicas, y con quien publicó tres álbumes: Krushevo (1998), Live in Belgrade (2000) y Treta majka («Tercera madre», 2004).
Volviendo a sus raíces de Leb i Sol fundó el Vlatko Stefanovski Trio donde profundizó en sus raíces tempranas de ethno-rock publicando en 1998 su debut del mismo nombre, y extendió su recorrido musical hacia el pop (en su disco solista Kula od Karti –«Torre de mapas»– de 2003) y el blues, con el segundo disco del trío, Thunder from the Blue Sky (2008), el cual cuenta con la participación de Jan Akkerman de la banda holandesa Focus.
En 2006 acompañó a Leb i Sol por una gira de los viejos países yugoslavos pero no se unió a la banda.
En 2012 formó la banda Kings of Strings junto a Tommy Emmanuel (guitarrista australiano) y Stochelo Rosenberg (guitarrista holandés de jazz gitano) con los que trabaja actualmente, además de con los Balkan Impressions, banda de jazz-fusión de la Península balcánica.
El disco
Vlatko Stefanovski Trio, o simplemente Trio, fue lanzado en 1998 a través del sello Third Ear Music en CD y Cassette en Macedonia, Yugoslavia y Croacia, y luego relanzado mundialmente en 2014 en CD y digital.
Grabado y mezclado entre enero y octubre de 1998 en los estudios Esoteria de Skopje, Macedonia, y masterizado en los estudios TDS de Ludwigsburgh, Alemania, todas las canciones fueron escritas, compuestas, arregladas y producidas por Serafinovski, y el álbum dedicado a la memoria de sus padre, Nada y Mirko.
El trío incluye a Vlatko Stefanovski en guitarras eléctricas, acústicas, MIDI y dobro, además de voces; Mihail Parušev en batería y percusión y Aleksandar Pop-Hristov en bajo. Cuenta además con las participaciones de Ana, Kate y Sandra (hijas del guitarrista) en coros de un tema, y Gordana Stefanovska en las voces secundarias de otro.
La técnica incluye a Bratislav «Braco» Zafirovski en grabación, Tahir Durkalić en mezcla y masterización (junto con el propio Stefanovski), Milčo Serafimovski en el diseño de portada y Georgi Hristovski y Čedo Krstevski en fotografía.
La música
En mi juventud solía tener la costumbre de inventar géneros musicales, particularmente para discos, bandas o temas que no me gustaban. Y a pesar de que Vlatko Stefanovski Trio es un disco que no cae en la categoría de «disgusto», tras escucharlo la primera vez pensé inmediatamente en el género que le quedaría pintado: masturbatory rock.
Hubo una tendencia entre los 1990s y los 2000s de sobrecompensar las inseguridades precoces de algunos músicos a través de la demostración de velocidad absurda y desmedida, una combinación de fuegos artificiales comprados en mantas en la calle con sobresaturación de sal en las comidas. La imperiosa y desesperante necesidad de medirse los tamaños a través de cuántas notas por microsegundo los dedos podían tocar. Y en un 90% de las composiciones de Trio Vlatko recae en esa batalla campal sin cuartel y sin adversario de frotarse contra cuanto espacio sonoro vacío exista para desbordarlo de ruido.
Igual, Trio es una elevación hacia eso, no es un apogeo. La cualidad constante y sostenida, simil bajo continuo, a lo largo de todo el disco es la de la sistemática y barroca insistencia de construir los tracks sobre un solo yeite o riff repetido cansinamente hasta lo insoportable. Es claro el proceder compositivo del guitarrista, y se hace evidente y prístino desde la apertura Igri Bez Granici («Juegos sin fronteras», uno de los únicos 3 temas con canto, en una vocalidad cercana a lo más estándar del punk argentino, esa mezcla entre melodía uni-tonal y parlato desganado) hasta 7/8 Oro («Oro en 7/8») inclusive, tema que no solo excede la marca de la mitad más uno del disco sino que, junto con el primero, son los únicos dos en 7/8. Pero dejando de lado una rítmica levemente rebuscada (y espero se note lo burlón en ambos adjetivos, porque jugar con 5/8 —Kalajdžisko Oro, que además es una danza folclórica de Macedonia– y 7/8 hoy ya no es síntoma de rebusque), ese 60% inicial es una clara evidencia de la construcción temática por secciones levemente contrapuestas donde el hilo conductor es el diseño complejo, atiborrado e incontrolable del riff guitarrístico cuasi burlón y autocrítico (sin la parte consciente).
[Nobleza obliga: me aclara Carlos Yoder, quien me recomendó este disco: «Kalajdžisko Oro está en 11/16, no en 5/8 […] Las danzas macedonias, búlgaras y serbias (especialmente de Serbia del sur) son en estas métricas tan sacadas». Mi error de percibir el 11/16 como un 5/8 –que es, en sí, un 10/16– fue por la velocidad del fraseo: conté 10/16 en cada vuelta y, evidentemente, me comí una fusa.]
Esto se puede pensar como esa conjunción de estilos que, evidentemente, caracteriza al músico que fusiona oriente y occidente parado desde el localismo de aquel con parte de lo más endeble de este, intentando sostener una faceta del rock más petardístico de Satriani, Vai, Gilbert o Petrucci con la entremezcla de sus propias raíces macedonias, abundando sin ahondar en las (mal llamadas) escalas exóticas más prototípicas de la teoría musical incomprensiva del folclore local. Vlatkovo Oro no es la única pero quizás la más destacable de esta simbiosis oriente-occidente, donde la apertura de base cuadrada guitarrística alla G3 se impone como bruta pero reivindicada con la aparición del (otra vez, mal llamado) giro árabe en sus dos versiones repetidas durante los 4 aburridos minutos que dura el tema. Una sola variación, objeto carente en el resto de Trio, se muestra como antesala a la modulación más barata y prototípica creada y empleada por el músico promedio.
¿Hay contrastes? No… O quizás sí, pero se quedan cortos en la búsqueda infructuosa hacia la senda de la balada: cierto fingimiento de tal en Ufo (esperanza decepcionante de algún atisbo de propuesta distinta), más logrado en el cantado Gluvo Doba («Edad sorda»), intento fallido vuelto insostenible porque en más de 6 minutos de duración no logra decir nada más que la repetitividad estructural como objeto, concepto endeble y destructible en el tiempo demostrado por lo menos 20 años antes de la composición de este tema.
Sin embargo esta farsa de la épica amatoria tiene un lado positivo: presenta un intento de apertura sonora en el uso de flauta (digital). Según los créditos del disco no hay tecladista, lo que me hace pensar que esas líneas de vientos (más algún que otro sonido de órgano que se escucha escondido más adelante, en Urban-Kurban) son manejo y sapiencia del propio Vlatko en la guitarra MIDI. Y es una pena, porque lo muestra como un gran fingidor: lo único distinto o digno de atención que logra dentro de Trio es emular de forma casi perfecta el toque de instrumentos ajenos al suyo. Porque no sirve sólo con que la guitarra MIDI tenga un buen banco sonoro: hay que saber tocar como se toca el instrumento que estamos fingiendo. Y eso sí es loable. Si es que realmente fue así…
Observando esto debo admitir que encuentro en Urban-Kurban una mitad de la única dupla realmente interesante de Trio. En este track se notan y agradecen las influencias de la fusión jazz-rock que obliga a insistir con la búsqueda del intimismo, de lo sutil, lo personalista. Se logra un clima bien trabajado, una exploración, contrastes, ambiente, sorpresas. Hay un germen de algo distinto que debería ser regla, pilar, y no excepción. Lo único criticable, síntoma del síndrome que opaca todo Trio, es ese bruto horror vacui arraigado en el arte desde el medioevo que no respira ni deja hacerlo (cuando es mal manejado), y opaca el momento más interesante de todo el disco: el solo de bajo, que apenas empieza a construirse queda tapiado detrás de una pared de guitarra con wah-wah que lo aporrea hasta callarlo.
A pesar de eso, el tema se defiende como lo mejor junto con Pustelija («Desierto»), un cierre de color floydiano en su mejor epílogo musical Brain Damage/Eclipse, evidencia del «qué podría haber sido» nada semejante al «qué fue».
No es un disco malo, pero sí es falto de matices, sin sutilezas ni contrastes. Se ocupa de ser grandilocuente pero pierde efectividad; no piensa en el desarrollo, una trama musical formada, la sorpresa, y se termina quedando a mitad de camino. Desaprovecha oportunidades de elaborar la riqueza de los gérmenes que planta pero no riega. Y a pesar de tener dos o tres momentos destacables, no pueden por sí solos darle entidad mayor que la que se logra en casi 50 minutos que, por momentos, se hacen eternos.